En 1980 el novelista italiano Umberto Eco publicó su conocida novela El nombre de la rosa. Es una obra caracterizada por su gran erudición, llena de citas en latín y referencias culturales, que sin embargo fue recibida con admiración y entusiasmo por una gran masa de lectores en todo el mundo, y poco después llevada al cine.
En la novela, ambientada en el siglo XIV en un monasterio italiano, Eco construye un conflicto que se desarrolla a través de dos personajes: el franciscano Guillermo de Baskerville y el clérigo Jorge de Burgos, que antes había sido el bibliotecario de la abadía. Baskerville se caracteriza por su mentalidad científica y el uso del método deductivo para resolver la misteriosa muerte de varios monjes luego de leer en la biblioteca un libro de Aristóteles, supuestamente perdido en la Edad Media. Jorge de Burgos, en contraste, es la representación de una mentalidad ortodoxa, autoritaria y anclada al pasado.
Al igual que toda obra literaria de calidad ha suscitado múltiples interpretaciones, una de las cuales resalta un aspecto que ha resultado profético: la medioevalización del mundo contemporáneo. Novela extraña si la contrastamos con la Revolución Científico-técnica iniciada en el siglo XX y continuada en el actual. Pero si nos fijamos con atención esta forma de interpretar El nombre de la rosa es muy sugerente porque ilustra acontecimientos de las últimas décadas.
Recordemos, por ejemplo, las palabras del expresidente norteamericano George W. Bush para justificar la Guerra de Irak que parecen copiadas de las Cruzadas medioevales: “Salvar la civilización occidental y cristiana.”