A lo largo de mi larga vida profesional he tenido, como la mayor parte de los docentes, éxitos y fracasos, aciertos y errores, triunfos y derrotas. Comprobar cómo antiguos alumnos me paran por la calle (generalmente son ellos los que lo hacen porque con los años suelen cambiar mucho su aspecto físico y yo no soy capaz de reconocerlos), se alegran de verme, me cuentan que ahora son abogados, médicos, comerciantes o electricistas y me recuerdan anécdotas del colegio, a los compañeros de clase, me presentan a sus mujeres, a sus maridos, a sus hijos… La satisfacción, la alegría y el orgullo de haber contribuido en algo a mejorar sus vidas es enorme. Ese es el mejor premio que como profesores y maestros podemos recibir.