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Hace ya muchos años que sabemos perfectamente que un porcentaje muy elevado de las personas que pasan por el sistema educativo van a pasarse buena parte de su vida trabajando con un ordenador o un dispositivo similar, como un smartphone, y en la mayor parte de los casos, con ambos. Y sin embargo, tenemos evidencias clarísimas de que la cultura de ciberseguridad en el promedio de nuestra sociedad es desastrosa, por no decir inexistente.
Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Los QR de los bares y otras reminiscencias de la pandemia» (pdf), y trata de reflexionar sobre la persistencia de los inútiles e incómodos QR en la hostelería, una solución que se impuso en modo emergencia durante la pandemia pero que, en la práctica, nunca sirvió para nada.
Desde IE Insights me pidieron un artículo hablando sobre un tema, las políticas de seguridad aplicadas a las contraseñas, sobre el que había expuesto anteriormente mis ideas en la red corporativa. El resultado es este «Welcome to the Password Junkyard« (pdf), cuya tesis es perfectamente clara: pedir a tus empleados que cambien su contraseña cada cierto tiempo es una completa estupidez. Si alguien prefiere leerlo en español, tengo una versión pre-publicación.
Una investigación sobre el uso de videoconferencia y el hábito de mantener la cámara encendida en todo momento, habitual en muchas compañías con el supuesto fin de mantener mejor la comunicación y la vinculación en los equipos, demuestra que, en la práctica, obligar a los participantes a hacerlo incide fundamentalmente en un nivel de fatiga muy superior, y termina por funcionar como una reducción de esa vinculación que se pretendía obtener.
A mediados de febrero del año pasado, coincidiendo con las primeras preocupaciones incipientes derivadas del coronavirus, comencé a tener reuniones a través de videoconferencia de manera habitual.
Cambiar de navegador es una de esas prácticas recomendables cada cierto tiempo, aunque habitualmente tienda a dar cierta pereza hacerlo. En general, cambiar de herramientas es siempre una buena práctica que yo, como profesor de innovación, suelo recomendar a mis alumnos: dejar de hacer cosas por costumbre y llevar a cabo el pequeño esfuerzo que supone aprender nuevas herramientas, aunque parezca algo relativamente sencillo, es una disciplina que dinamiza nuestro cerebro y nos ayuda a tomar consciencia de muchas cosas.
De acuerdo con un interesantísimo estudio de Pew Research, los norteamericanos que se informan principalmente a través de redes sociales tienden a estar peor informados y a estar más expuestos a información falsa y teorías de la conspiración.
Para Enrique Dans sólo hay una solución tras la pandemia: un cambio de mentalidad adaptando (de verdad) la tecnología al entorno educativo.
Utilizando una simple pantalla verde y definiéndola como tal en la aplicación de vídeo correspondiente, el resultado mejora sensiblemente como puede verse en mi entrevista, y se convierte en muy utilizable para otros usos, como puede observarse en el vídeo, para utilizar ese fondo para poner imágenes que puedan servir desde para simplemente ambientar aquello que se está comentando, para situar noticias o cualquier otro contenido.
En el mundo académico, que nunca ha medido el tiempo por años o meses, sino por cursos, semestres o trimestres, cada vez más instituciones en todo el mundo empiezan a enfrentarse a la posibilidad ya no de tener que terminar el curso actual en un modo online al que llegaron, en la inmensa mayoría de los casos, sin ninguna planificación ni preparación previa, sino a la de tener que comenzar el curso que viene en condiciones parecidas.
Ayer viernes hice, en mi curso de Innovación, el primer examen a mis alumnos completamente a través de la red. Un modelo de examen del que he hablado a menudo, en el que utilizo un caso corto, generalmente de actualidad, habitualmente lleno de enlaces – como suelo escribir yo – y que pueden contestar con cualquier recurso que encuentren en la red, en un tiempo limitado.
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Los recientes episodios en torno a Twitter, con el próximo juicio por la rotura del contrato de adquisición con Elon Musk y con las durísimas revelaciones de su ex-director de seguridad, no hacen más que esparcir más y más dudas sobre la realidad de la plataforma del pajarito azul.
A medida que avanza la guerra en Ucrania, más se evidencia la obsesión de Rusia y de su presidente con la desinformación, y la importancia que adscribe al control de la narrativa.
La Association of School and College Leaders del Reino Unido ha respondido a una consulta del gobierno del país que sus planes para crear leyes que prohiban el uso de smartphones en los colegios son anticuados e innecesarios, que el tema lleva ya muchos años siendo gestionado de la manera adecuada por las propias escuelas y colegios directamente para así acomodar distintas necesidades de manera flexible, y que no es necesario un enfoque más estricto ni generar legislación relacionada con ese tema.
Hace tres meses que tomé la decisión de cambiar de navegador: abandoné el más popular del mundo, Chrome, y pasé a Brave, mucho más minoritario (habitualmente incluido en el capítulo de «otros» en las estimaciones), desarrollado sobre el mismo núcleo de código abierto, Chromium, pero de gestión completamente independiente.
Un estudio de College Reaction para Axios afirma que los integrantes de la llamada Generación Z están mucho más preparados y son más inmunes a las fake news porque aplican más contexto, matices y escepticismo a su consumo de información.
Laura Román, de Educación 3.0, me envió algunas preguntas por correo electrónico sobre el futuro de la educación, al hilo de lo que expongo en el capítulo 6 de mi libro «Viviendo en el futuro«, titulado «La buena educación», pero actualizándolo además con muchas de las experiencias que hemos vivido durante la pandemia.
¿La solución? Digna del Capitán Obvio: llevarme mis presentaciones a Google Slides. ¿Por qué? Muy sencillo: porque al tener mi presentación en la nube, cada participante pasa a descargarla desde el servidor de Google, no desde la conexión de mi ordenador. Parece una perogrullada, pero la diferencia es brutal. Podría considerar otras opciones, como Prezi o Slideshare, pero en mi caso, simplemente tenía más familiaridad con Google Slides, cuya curva de aprendizaje es, por otro lado, prácticamente nula: cualquiera puede ponerse a utilizarlo en menos de diez minutos. Y además, el compartir directamente una presentación desde Google Slides es una opción directa, sencilla y disponible tanto en Zoom como en el software de desarrollo propio que empleamos en el IE, la WoW Room: introduces el enlace de la presentación en la herramienta, y listo.
Un número sorprendentemente elevado de personas se han instalado infinidad de aplicaciones de las que, hace pocas semanas, simplemente habían oído hablar – o a veces ni eso – para fines de todo tipo. Desde Skype a Zoom, pasando por Teams, Webex, Hangouts, Meet, FaceTime o hasta Houseparty, nos han demostrado no tanto que todos los usuarios se hayan convertido de repente en ingenieros de cohetes, sino que la tecnología se ha hecho enormemente sencilla e intuitiva, hasta el punto de estar al alcance de cualquiera.
Cada vez más colegios y universidades están anunciando ya la cancelación de la enseñanza presencial para lo que queda de curso, y su continuación mediante enseñanza online. La circunstancia no tendría, en el panorama actual de la tecnología, que ser especialmente problemática, si no fuera porque, en la práctica, sí que lo es, e implica que, en muchos casos, casi demos el año académico 2020 por perdido.
Me ha divertido muchísimo encontrarme una noticia que detalla cómo algunas personas están utilizando vídeos de sí mismos prestando atención y reproducidos en bucle, como forma de poder hacer otras cosas mientras asisten supuestamente a una reunión o clase a través de la red.
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