Un gesto tan sencillo como pulsar un botón y que posteriormente ocurra algo provoca en nosotros una agradable sensación de bienestar. A nuestro cerebro no le gusta que las cosas ocurran por azar e inconscientemente necesitamos tener el control de cuanto pasa.
Por tal motivo, el simple hecho de encontrarnos con un botón, apretarlo y que se abra una puerta, suba el ascensor o cambie el canal del televisor nos hace sentir bien.
Pero cada vez son más aquellos aparatos que en su día tenían algún botón con un objetivo específico y que, actualmente, dicha función se controla de forma automatizada -por un ordenador central- y el hecho de pulsarlo no cambia absolutamente nada.