La razón de esto último es que las botellas de agua suelen estar hechas de tereftalato de polietileno (el material popularmente conocido como PET). El PET es ligeramente poroso a nivel microscópico por lo que puede dejar entrar olores indeseados con el paso de los años. La propia degradación del plástico puede transmitir un sabor raro al agua si lleva muchos años embotellada. Sigue siendo potable, pero probablemente no haga justicia al cristalino manantial que luce en su etiqueta.