Soy una persona profundamente agnóstica. No trago con los cuentos de vida eterna que nos prometen unos regímenes arcaicos y que amordazan lo mejor de la especie humana: su libertad, creactividad y curiosidad. No puedo con estos cuentos para adultos que quieren transformarnos en niños de 6 años, me repatean las parábolas en las que se nos castiga por intentar acceder a la fuente de la sabiduría (el árbol del bien y del mal). Si no soy apóstata es por pura pereza, lo confieso y no me siento culpable lo más mínimo. Evidentemente, respeto las creencias de cada cual, pero cuando hablamos de Ciencia, no permito que se inmiscuyan argumentos no racionales en la discusión, por eso hablar con un creyente de Ciencia es como hablar de los beneficios del vino con un abstemio, siempre va a haber un sesgo ideológico profundo por muy buena voluntad que se ponga en el debate.
Por ello, si cabe, me parece que tiene aún más mérito la Primera Encíclica que ha publicado el Papa Francisco, que versa sobre el medio ambiente, habla extensamente del cambio climático y exhorta a los cristianos y a todo el mundo en general a buscar soluciones tras apuntar a los culpables con el dedo sin ningún tipo de miramiento. Su título lo dice todo:
Sobre el cuidado de la casa común