En 2008 vio la luz la campaña a favor de la laicidad emprendida por Ariane Sherine, periodista británica, quien invitó y consiguió el apoyo del biólogo, ensayista, y darwinista, Richard Dawkins. Tras recaudar más dinero del originalmente calculado, gracias a la colaboración de varios donadores, promocionaron una campaña en apoyo al ateísmo y al librepensamiento. La Campaña del autobús ateo (Atheist Bus Campaign) difundió el siguiente eslogan: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida”.
La idea fue contagiosa. Al menos en doce países —Canadá, Holanda, Suecia y España entre ellos—, los transeúntes se enteraron de la propuesta inscrita en el Autobús ateo. Ni a Dawkins, ni a otros libres pensadores —como el finado Christopher Hitchens, Sam Harris o Michel Onfray— les preocupa ganar adeptos; lo que les motiva es defender sus ideas. Los ateos, aunque no conste en ningún Tratado del ateísmo —las itálicas son mías, no existe tal Tratado—, ni hacen proselitismo ni buscan fieles. La mayoría vive su ateísmo en silencio. Cuando es necesario hablan. “La situación de los ateos hoy en día en América”, según Dawkins, “es comparable a la de los homosexuales 50 años atrás”. Defender el ateísmo es prudente cuando grupos reaccionarios, eclesiástico-políticos y político-devotos, en contubernio, difunden su ideario y excluyen a quienes no comulguen con sus latrocinios.