(2018\09\04) Entre bosques de pinos y sobre un antiguo pasto para caballos que ha sido alisado y cementado, la primera torre autoizable de Nabrawind va tomando altura muy lentamente entre los suaves montes que rodean Eslava. Sube apenas ocho metros por hora, de tal modo que el movimiento resulta casi inapreciable para el ojo humano. Pasan tres minutos del mediodía y parte del equipo de la pequeña empresa navarra que aspira a hacerse un hueco en el mercado eólico mundial se hace una fotografía. Ion Arocena, responsable del proyecto está feliz después de muchos meses de trabajo. “Que sepáis -dice a sus compañeros- que ahora mismo ya tenemos la torre de metal más alta del mundo”. La torre es un gigante de 160 metros de altura.