(2019-03-10) El último debate de presupuestos de Pamplona -que terminó con su rechazo- y el cambio de la normativa sobre implantación de negocios turísticos han tenido como efecto positivo traer a colación un problema que, siendo objeto de preocupación recurrente para buena parte del vecindario del Casco Viejo, no estaba en el primer plano del debate. Un problema que, ciertamente, no es nuevo, que en algunas ciudades lleva años gestándose entre la preocupación ciudadana y que puede tener consecuencias devastadoras, económicas, socioculturales y ambientales. Por ello es enormemente simplificador, insultante casi, reducir el debate al “turismo sí o no” o al “todos somos turistas”. Se habla de turismofobia. Incluso se intenta sacar réditos políticos, identificándola con grupos políticos concretos y con ciudades como Barcelona y San Sebastián, cuando sus orígenes son mucho más antiguos y se localizan en ciudades como Ámsterdam o Venecia. La Organización Mundial del Turismo (UNWTO) utiliza el significativo término de overtourism para referirse al fenómeno que genera esas reacciones y lo achaca al desarrollo incontrolado y a la ausencia de una gestión adecuada.