Lo sabemos desde siempre. El hombre convive mal con la incertidumbre. No saber qué pasará nos supera. No hemos aprendido a vivir con la incertidumbre, ni nosotros, ni los mercados de valores, que se tambalean al mínimo atisbo de inestabilidad. Y sin embargo, ¿qué hay más incierto que la propia vida? Lo acabamos de comprobar y, en realidad, seguimos instalados en ella. La pandemia de la COVID-19 ha evidenciado más que nunca nuestra vulnerabilidad.
COMeIN [en línea], julio 2020, no. 101