En nuestra época, los estados y sus gobiernos administran los intereses de la constelación transnacional de poder, cómplices de un sistema mundial que ya no cabe describir como totalitario, al viejo estilo, sino como totalista, porque tiende a subsumir la pluralidad humana en un patrón único de acción y discurso. Quebrado el espinazo de las izquierdas –cuya desertada misión sobrevive en la loable labor que realizan las entidades integradas en el llamado tercer sector, ni que sea a duras penas–, los antaño pujantes movimientos sociales se han disuelto en un narcisismo de doble rostro: de un lado, el narcisismo individualista, humus del posmodernismo; y de otro, un narcisismo identitario basado en la exaltación de las diferencias menudas, al decir de un Freud consternado por la implosiva fragmentación de Europa. Metódicamente generada por el desaforado capitalismo, la nueva pobreza resume la quiebra económica, política y moral en curso. Y permite advertir, a tenor de las respuestas y silencios que suscita, cuál es la índole de las disputas –y de “El tema”– que hoy electrizan a las multitudes y a sus portavoces.
Via
Miquel Iceta