Ya es hora de que alguien publique a Miguel Ángel Borrajo. Espero ese libro, Miguel querido.

El librero de la esquina

Uno de estos días pasados hice dos cosas por primera vez mi vida. Dos cosas que jamás creí que iría a hacer: 1 - Compré un libro en un supermercado. 2 - A causa de eso, charlé de libros con un policía en la calle. Venden acá en el supermercado una colección de Osvaldo Soriano a 70 pesos cada libro. La edición es medianamente buena, y por ese precio, la verdad, no vale la pena buscarlo y bajarlo de la red. Así que aproveché y me compré uno que no tenía: “Rebeldes, soñadores y fugitivos”. Volvía a casa con la bolsa del supermercado en una mano y el libro en la otra, leyendo, obvio… (con el pulgar manteniendo abierto el libro pero sin hacer mucha fuerza para que no se abra mucho y llegue al fatídico “crac” del lomo, y haciendo entonces esos malabares grotescos que hace el que va leyendo por la calle, propios de un maniático obsesivo casi en el borde del descalabro total del aparato psíquico). Bueno, cuestión: en la esquina de la avenida y la calle de mi casa siempre hay un policía. El famoso “Policía De La Esquina”, que por mi barrio todavía hay. A “la persona” la cambian con determinada frecuencia, pero “el policía” está siempre. Estaba apoyado contra la pared, medio sentado en el reborde angostito de una ventana. Cuando pasé a su lado, vio la tapa del libro. Entusiasmado, se acomodó un poco la gorra y me dijo: -¡Osvaldo Soriano! Hincha de San Lorenzo, ¿no? Volviéndome hacia él pero sin dejar de caminar, le dije: -Sí… recontra fanático… No hice ademán de detenerme, pero el tipo se incorporó, se despegó de la pared, y siguió. -Uy, sí, sí, qué lindo… no leí mucho de él, pero yo leo bastante, me gusta mucho. Ahora estoy leyendo sobre la época de los setenta, muy interesante, me gusta mucho. Ahora sí me detuve. Al escuchar “los setenta” de boca de un policía, se prendió una luz en un pasillo de mi cabeza. Metí algo chiquito, como para dejar venir un poco al tipo, y medirlo: -Mirá vos… ¿Sobre la dictadura? -No, antes. El año 70 –secó mi pregunta-. Los movimientos guerrilleros… bah, revolucionarios… FAR, FAP, Montoneros, Tacuara… esteee… bueno, ésos. Los orígenes. “Uy”, sonó una voz en el pasillo iluminado. Yo revolvía estantes de definiciones, “significado de ‘revolucionario’ para un policía de calle, significado de ‘revolucionario’ para un policía de calle… ¡por favor, ya!” -Ajá… -dije, después de considerar con una decepción desoladoramente amarga que, ante la eventualidad de una catástrofe, el objeto más contundente que yo poseía para defenderme era un pollo. -Biografías leo, también. A mí me gustan mucho las biografías. Además, aprendo mucho, porque me interesa aprender. Yo subrayo las cosas interesantes, importantes, y después investigo, busco en internet, y termino juntando más de lo que dice el libro. -¡Ah! ¡Sos de los míos, jaja! De los que subrayan y anotan al margen, mirá qué bien… -dije, tratando de llevar el asunto a un terreno conocido y seguro. No me resultó. -Sí. Bueno, y después busco en internet. Y así aprendo un montón. Ahora estoy leyendo una biografía de uno de esa época. -¿Un revolucionario? -Sí, uno importante. El libro está bueno. -Uno importante… mirá. -Sí, sí, conocido. -¿Quién? -Galimberti se llama. -¡Ah, bué! Perate, ¿el libro de Larraquy? -¡Sí, ése! -¡Uau! ¡Es un ladrillo así de gordo! Qué bien, che, yo no lo leí, ¿está bueno? -Sí, sí. Además, también tengo toda la colección de… eee… cómo es… pucha… el portugués éste… cómo se llama… -¿Saramago? -Sí, ése. Todavía no lo leí, pero lo voy a leer. -Che, qué interesante, eh… -Empecé a considerar, ya un poco más sereno, volver a darle al pollo el destino para el que lo había comprado. -Sí. Además –hizo un ademán de incomodidad, o de disculpa, no sé-, perdoname, es cortito, ya no te retengo más… además me gusta mucho la historia, también leo mucho de historia. A principio de año leí todo lo de la separación de Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, la guerra de los setenta. Hace poco terminé de leer sobre la guerra de los Balcanes, pero no la primera, la segunda, la de 1991 a 1993. Mirá, un día estábamos con mi señora viendo la tele, y justo empiezan a dar una película, y al poquito rato le digo “Ah, la guerra de los Balcanes”, y mi señora me dice “¡Sí!, ¿cómo sabés?”, y le digo “Y… yo leo mucho, y me interesa aprender, por eso sé”, y entonces mi señora me dice “Vos…”, mi señora es bastante más joven que yo, es docente, por eso, eee… entonces, “Vos tendrías que ser profesor”, me dice… y yo… sí, no sé, me gustaría, qué sé yo… yo llego a casa y me pongo a leer, a buscar en internet, yo investigo mucho, digamos… además, estoy leyendo algo y ya quiero leer otra cosa, ¿viste?, de tanto que tengo ganas de leer tengo un bombardeo bárbaro en la cabeza, jaja… pero bueno, no te entretengo más, che… Le calculé unos cuarenta años. Yo… que para calcular la edad de las personas soy un excelente comprador de pollos. No quise irme sin decirle algo amable. Qué sé yo… tuve ganas. Quería mostrarle que valoraba nuestra conversación. -¡Bueno, te bombardean la cabeza los libros y no la tele! Eso está buenísimo, ¿no? -Sí, sí… -aceptó sin mucho entusiasmo frente a mi comentario tan cursi y previsible. El cartelito de identificación decía el nombre, y abajo del nombre, “Sargento 1°”. Para mí no tiene la menor relevancia, ya que desconozco a la perfección los grados, escalafones o como se llamen de la policía federal. -Bueno, la próxima vez que vaya al supermercado seguimos charlando de libros, ¿eh? -Sí, sí, dale… chau. Así que… hice dos cosas por primera vez mi vida, dos cosas que jamás creí que iría a hacer. Caminé las dos cuadras hasta casa pensando que sí, ambas son cosas que hice por primera vez. Pero no pude decidir cuál de las dos cosas era la que definitivamente jamás hubiera esperado que sucediera. Lo que sí pude decidir es que, si bien su destino original ya había quedado definitivamente sellado, le daré al pollo un tratamiento especial, a modo de pequeña celebración y modesto homenaje. Principios de 2017. Febrero, marzo, ponele… sight